Meriendas multicolores, sazonadas con los mejores aromas.
Ahí me encontraba con vos.
Teníamos un espacio reservado para nosotras. Nuestro tiempo
de juegos, lecturas, charlas, discusiones, peleas, risas, reencuentros mágicos.
Otra hora era impensada. Esa era la cita
obligada. Los placeres más esperados.
Te sentabas sobre sillas viejas, cómodas. Con un
pensar sencillo, atractivo, condimentado de cultura y tradiciones.
Tu mirada tenía montones de experiencias para proyectar, para
relucir.
Las arrugas de tus manos mostraban cuánta verdad había en tus
historias. Y tus pecas en ellas reflejaban otro tanto de asombro.
Esa parecía ser siempre la mejor parte de la
historia. Cuando incluías tu risa en ellas.
A veces tus ojos sollozaban. Pero aun me pregunto si en tu
corazón habrá existido alguien a quien hubieras dejado secarlas.
Lo más secreto era tu corazón enamorado. Frente
a él sólo había un “morocho buen mozo” capaz de hacerle brillar.
Pero se había ido lejos; hacia rato.
Tal vez tu pregunta constante fue: ¿Por qué? ¿Por qué tuvo
que pasar? Y esa pregunta fue retenida, y tan fuertemente sostenida que no pudo
volver a entregar ese corazón.
…por miedo a dejar de amar su primer amor, por
temor de exponer y arriesgar a sus hijos, por no querer volver a sufrir una
pérdida…
Su vida siguió transcurriendo; pero las cuatro
paredes de su casa no limitaban sus proyectos. Esa casa albergó millones de
saberes que circulaban sin ser reconocidos por otros.
Parecía ser pescadora de
sueños, los rescataba y revalorizaba, como mejor podía, como mejor le salía.
Nunca fue perfecta, aunque siempre lo intentó, y
hasta muchas veces creyó haberlo logrado.